martes, 13 de julio de 2010

Merodeando por La Moncloa


Después de llevar la Copa del Mundo al Rey, la Selección se dirigió al Palacio de La Moncloa. Al acto oficial sólo podían asistir tres invitados por funcionario, pero allí había más gente que en la guerra. Corrí, sudé y solté codos para cazar un par de fotos. Todo sea por La Roja...

Eran las 16:15 cuando llegué en Metro hasta Moncloa. Allí cogí un taxi y dije las palabras mágicas: Al Palacio de La Moncloa, por favor. Me acompañaba uno de los aproximadamente 500 funcionarios que asistieron a la ceremonia. Cuando vi el atasco que se formaba a medida que nos acercábamos a la verja de la entrada se me ocurrió multiplicar el número de invitados por los funcionarios. Efectivamente, si quería ver algo tendría que pegarme con 1500 personas.

La recepción tuvo lugar en una carpa instalada en los jardines. Después de, ingenuamente, dar varias vueltas a la misma en busca de un lugar estable y con buena visibilidad para hacer un par de fotos, me di cuenta de que iba a ser absolutamente imposible. Eran ya las 17:45 cuando por megafonía se nos avisaba de que aún quedaba más de una hora para que los Campeones del Mundo se dejaran ver entre una multitud agolpada en las sombras de los árboles. Como si de un concierto de Bruce Springsteen se tratara, varios operarios cargaron con cajas con botellas de agua para repartir entre los asistentes. La gente en pantalón corto y yo con traje y corbata...

A eso de las siete menos cuarto llegaba la Vicepresidente del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega. Poco después lo hacía el Secretario de Estado para el Deporte Jaime Lissavetzki. Aquello indicaba que la espera llegaba a su fin, y los gritos de la gente a lo lejos se confundían con los de un rezagado cámara que empujaba a mi lado pidiendo paso. Por fin, con una hora y cuarto de retraso, Xavi y Piqué asomaban la cabeza y yo hacia lo propio con la mía entre barreras de niños de 2,30m subidos a hombros de sus padres. Villa saludaba con el pulgar hacia arriba, Iniesta intentaba pasar desapercibido entre los veintitrés campeones y Casillas brillaba más que la Copa que levantaba. Cuando todos nos dirigíamos ya hacia el escenario para escuchar el discurso, Álvaro Arbeloa (quién si no) apareció corriendo por la pasarela con cara de despistado y buscando a sus compañeros.



El acto no tuvo ningún misterio y seguro que lo habréis visto mil veces. Casillas tomaba el mando del discurso y por petición popular, Andrés Iniesta cogió el micro para agradecer a todos el apoyo recibido. "Este copita es de todos" decía El Dulce. Mientras todos saltaban con la Copa, incluído Zapatero con unos curiosos y a la par descoordinados botes, decidí volver a la pasarela por la que regresarían los jugadores para salir del escenario. La gente pedía autógrafos, besos y fotos pero Vicente del Bosque se desmarcaba con un "ahora no, es imposible". Sólo el capitán se paró, con la Copa bien sujeta en su axila para firmar en modo manos libres. Iker se detuvo a mi lado, donde una histérica chica pidió una rúbrica del mostoleño. Entonces pude ver bien cerquita aquel trofeo que 32 selecciones buscaban pero sólo España consiguió. Tremendamente brillante y más pequeña de lo que todos creemos, ahí estaba la Copa del Mundo.






Se fueron ya los futbolistas hacia el autobús que los esperaba en la puerta y que los condujo durante horas por las calles de Madrid. Tuve tiempo de hacer las últimas fotos de los héroes subiendo al autobús y saludando a los invitados a la ceremonia. Me dirigía ya hacia casa, y cuando salí del Palacio en busca de un taxi me di cuenta de que podía ir andando hasta Moncloa acompañando al autobús de los campeones. Y así fue, entre el atasco que había en la carretera y mi paso rápido, el trayecto a la par con La Roja hasta el Arco de la Victoria fue precioso. Hasta dentro de dos años, ¡Campeones!

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